Por Andrés Ruiz
En ocasiones, personas que lo tienen todo… sienten no poseer nada, estar vacías. Pero también es cierto que mendigos que no cuentan con nada, ¡ni siquiera con lo más básico!, dicen tenerlo todo, sentirse pletóricos y felices por ello. ¡Entonces!... ¿qué lectura debo yo sacar de ello?; ¿qué camino se supone que conduce a la felicidad, a la dicha?. ¿¿¿La miseria???. Al menos, eran los primeros pensamientos que amartillaban a mi indisciplinada mente.
¡Se me hacía extrañísimo haberlo interpretado desde una perspectiva tan trágica! pero imagino que era el presagio de lo que acontecería y que ya debía estar cocinándose.
De todos modos, ninguna de aquellas dos realidades (riqueza o miseria) eran la mía, ¿o más correctamente debería decir que contenía pinceladas de las dos a la par?.
Sea como fuere, ambas situaciones tan dispares se iban entrelazando y dando en mi vida. Pero… ¿cómo se puede tener todo y sentir no tener nada, o no tener nada y alegrarte aseverando disponer de todo?
¡Lo sé!, también para mí es una desquiciada locura y un sin sentido lo que he contado hasta ahora, más aún si se tiene en cuenta ¡que mi vida! fue realmente maravillosa. Todo me vino rodado. Escuchaba siempre los dictados de mi corazón, me dejaba fluir, sin miedos, sin cohibiciones y cada cosa salía a las mil maravillas ¡no me preguntéis cómo!.
Contaba con un amor idílico, casa propia pagada, trabajo bien remunerado, reconocimiento público, una familia igual de unida que divertida. Todo un cuento, eso sí ¡bonito, francamente bonito!.
Me sentía afortunada como nadie, ¡hasta que un día!, el pilar de mi vida quedó petrificado y frío. ¡Inerte ya para siempre!.
¡Falleció!, ¡por Dios que se me fue sin dar tiempo ni a un efímero ay!. Mi esposo exhaló una ¡no despedida! entre mis brazos, consumido por una enfermedad descubierta en aquel mismísimo instante; ¡ni antes, ni después!.
¡Qué dureza!; ¡que crueldad enterarse de la forma en que lo hice y que muriera sobre mi regazo sin tiempo a asimilar la situación, a intentar tranquilizarle, reconducir su angustia a un estado más optimista donde habitan las esperanzas de curación y los milagros que alguna vez leí que eran posibles según la Biblia narra!.
¿Y ahora qué?, ¡dime tú!. ¿Qué tengo?, ¿acaso me queda algo?.
Indudablemente, pese a ser de clase media-baja, lo tuve todo, así como el mismo ¡todo!, me fue arrebatado sin piedad. Tenía el universo por techo, me sentía plena, ¡y ahora!… ni una mota de polvo poseo, todo me sobra, incluso la indigencia sería demasiado agradecida para mí y por ello me debato ¡entre si unirme a él con un disparo limpio y certero!, ¡o intentar reírme de mis propias miserias pensando que el mañana será mejor, que acudirá a mí más amable, tanto como para querer consolarme o atraerme la imposible sanación del olvido!
(Relato inspirado en una imagen que expusimos en el Taller, en la que aparecía una pareja: un hombre con los ojos cerrados y totalmente tumbado sobre las piernas de una mujer, que permanecía sentada sobre el suelo y apuntándose con una pistola a la cabeza).
¡Qué padre, Andrés! Me das envidia, pero de la buena. ¡Yo quiero estar en este taller!
ResponderEliminarUn abrazo
GRACIAS Claudia...Realmente hermoso comunicarme con alguien como tú de México. Y tu imagen, tu rostro aunque no aparece muy nítido me es familiar (jjj). No sientas envidia... EL TALLER DE LA VIDA ESTÁ EN EL ALMA... EN EL CORAZÓN. ¡Eschúlo y déjate fluir!.
ResponderEliminarOtro abrazo cargado de la mejor vibración para tí!!!
pretendí decir ¡escúchalo! jjj
ResponderEliminarAh ¿entonces me parezco a alguien que tu conoces? Ojalá sea mi gemelita, soy la más chica y siempre quise tener una hermana menor.
ResponderEliminarTambién un abrazo para ti. Y es cierto el taller de la vida está en alma. Ahí un carpitero le da forma. Un beso Andrés.
Le da forma a nuestra alma, psss
ResponderEliminar